sábado, 22 de julio de 2017

AMIN MAALUF Y EL PODER DE LA ESCRITURA

AMIN MAALUF Y EL PODER  DE LA ESCRITURA:
El personaje y las múltiples patrias en “León el Africano”



Me he vuelto a encontrar con un libro prodigioso, que mezcla como pocos pueden hacerlo, un relato apasionante con una prosa grata, sencilla de leer pero seguramente muy difícil de escribir. Una incursión magistral en los terrenos de la historia del Mediterráneo en los siglos XV y XVI, una visión desde las varias orillas de ese mar que ha unido y separado culturas y civilizaciones. Se trata de León el Africano, del autor libanés radicado en Francia, Amín Maaluf.

Obra escrita ya hace tres décadas, tiene sin embargo una actualidad palpitante. Es la historia de alguien de familia andaluza árabe,  nacido en Granada, pocos años antes de la caída de la ciudad en manos de los cristianos en el proceso de reconquista dirigida por Castilla. Desde España o desde América Latina pensamos en esa época como el comienzo de la gran aventura en tierras americanas. Casi nadie se pregunta por el destino de aquellos que, en lugar de ganar un nuevo país, perdieron el que consideraban suyo.  

El caso es que la migración --de religión o de geografía-- se impuso para los moros de España  y con ella la pérdida de parte de la identidad originaria. Un primer destino  sería Fez, en Marruecos. Allí encontramos  el proceso de educación del joven Hassan al-Wazan, llamado "El Granadino" por sus amigos. Y con ello, percibimos las primeras aventuras personales e intelectuales en medio de las guerras persistentes que oponían a los dos lados del Mediterráneo.

La primera descripción del personaje, de una riqueza extraordinaria, no puede ser más elocuente:

“…pero no vengo de  ningún país, de ninguna ciudad, de tribu alguna. Soy hijo del camino. Mi patria es la caravana, y mi vida la más inesperada de las travesías... Mis manos han conocido una vez y otra las caricias de la seda, los maltratos de la lana, el oro de los príncipes y las cadenas de los esclavos.  Mis dedos han separado mil velos, mis labios han hecho sonrojar mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y morir imperios……”    

Si la juventud vio pasar ante sus ojos la Ciudad marroquí, si el comercio trashumante y las caravanas de camellos fueron el resultado lógico, el paso a una vida adulta en medio de luchas de poder se dará en tierras lejanas, en El Cairo. Allí entrará Hassan en contacto con el gran imperio otomano, el otro lado, el Mediterráneo oriental.

Los años pasan, y una circunstancia del destino lo pone en manos de piratas sicilianos. Llega como prisionero en Roma, ciudad en la que, lo que más extrañaba era las horas del día definidas por el llamado del muecín a las oraciones de la religión de sus padres. Su conocimiento del mundo de la época y su manejo de los idiomas, lo llevan a ser protegido de Julio de Médici, el famoso Julio II, papa de la cristiandad.  Por ello, al final de su reflexión, puede decir, según el narrador de Maaluf: 

Mi sabiduría vivió en Roma, mi pasión en El Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia”.  

Transferido una, dos, tres veces, ejerciendo oficios diversos y viajando por las tierras conocidas de la época, nos encontramos con un personaje cuya caracterización avanza poco a poco de la mano maestra de Maaluf.  Llamado "Granadino" en Marruecos,  "Fezí" en Egipto,  "Egipcio" por los otomanos, será denominado simplemente como “El Africano” en la corte Vaticana. “León”, el nombre adoptivo puesto por su protector cristiano,   será el último que lleve y por el cual lo conoce la posteridad.  Alguien histórico de tantos quilates y diversidad, requería un escritor muy especial.  Lo más notable, desde la perspectiva de la  creación, es la caracterización del personaje, sin duda memorable en  la historia de la literatura.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta que un lector contemporáneo, hubiera querido saber más sobre el personaje: Sus dudas , sus sueños de infancia, sus relaciones normales con la trasgresión a los dictados severos de su fe, su figura física, algún hecho distintivo --una cicatriz, un lunar, una nariz con una curvatura especial--, el color de sus ojos, sus enfermedades, sus sueños eróticos, su conciencia luego de los primeros vinos prohibidos de su juventud, sus mezquindades y sus iras innecesarias, sus resignaciones y las modalidades de su ambición, o si alguna vez faltó a la palabra empeñada, si prefería las frutas a las hortalizas, y cuantas veces prefirió dormir hasta que el sol en lo alto se colara por entre las cortinas de su ventana, en lugar de asistir fielmente a las oraciones prescritas por su religión.

Como había sucedido con sus Patrias anteriores, la invasión de Roma por los ejércitos de Carlos V provocará un nuevo exilio, esta vez en Túnez. No lo dice el libro, pero seguramente su nombre volvería a cambiar en ese nuevo destino. En cualquier caso, encontramos un consejo extraordinario en la página final:

“No dudes nunca en alejarte, más allá de todos los mares, más allá de todas las fronteras, de todas las patrias, de todas las creencias”.

Solo le faltó a Maaluf recordar que a lo mejor su narrador quería terminar diciendo:

      “Conserva la fidelidad solamente para tu verdadera patria: la escritura”.