jueves, 24 de octubre de 2019

QUINO Y LA CREACIÓN LITERARIA


Mucha gente se pregunta de dónde sale la inspiración para la escritura literaria. Algunos suponen que todo viene de la psique de l@s escritor@s. Otros asumen que proviene únicamente de su experiencia, porque solo se puede escribir sobre lo visto, sentido o vivido. No faltan quienes crean que es la realidad externa lo que define el proceso, porque solo se puede o se debe escribir sobre ella. Otros más, piensan que la fuente por excelencia es la lectura, porque la literatura tiene un diálogo preferente con lo que otros han escrito. 

Son numerosos los que se inspiran en la música o las otras artes. Tampoco están ausentes los que están convencidos de que, lo que otros viven o han vivido es de enorme utilidad. No faltarán los que atribuyen la creación a algunas musas, a veces asequibles y en ocasiones esquivas. En el proceso creativo, algunos parten de una imagen; otros lo hacen de una idea. 

Cada quien tiene sus propias fuentes y mecanismos. Algunos planifican hasta la exageración con escaletas detalladas de la obra; otros, asumen un comienzo y quizás un final, y escriben sin parar hasta que la obra se va descubriendo, así como los escultores clásicos aplicaban el buril poco a poco hasta que la piedra dejara ver la figura buscada. 

Con independencia de si la creación es en realidad “diez por ciento de inspiración y noventa por ciento de transpiración”, lo cierto es que la pregunta es pertinente; pero tomar partido por una teoría u otra en la respuesta, carece de sentido. TODO lo que sucede, se lee, se escucha, se ve, se piensa, se imagina, se vive, se sufre o se disfruta,  es una fuente para la creación.  Lo demás, es trabajo: corregir, pulir, borrar, ampliar, reducir, cambiar; pero también a veces agitar y dejar decantar la palabra, como pasaba con los viejos alquimistas. 

Para el caso,  veamos el aporte del genial Quino:



Bueno, ¡ahora a escribir!