lunes, 29 de octubre de 2012

HUMBERTO ECO: REFLEXIONES SOBRE LA ESCRITURA



Eco nos sorprende de vez en cuando con lúcidas reflexiones sobre la escritura. Tratándose de uno de los teóricos más representativos de la teoría de la recepción, es obvio que también reflexione sobre la lectura. En La Nación, de Buenos Aires, Diego Mazzei ha publicado recientemente una entrevista con Eco, que ha sido reproducida en "El Tiempo" de Bogotá este domingo. Veamos lo más interesante de la misma:


En la mitad de su vida se decidió a escribir una novela que pensó que iría a parar al archivo de la Universidad y terminó siendo un clásico que aún hoy sigue vendiéndose a raudales en todo el mundo: “El nombre de la rosa”, publicada en 1980. 

—Estoy seguro de una cosa. Si la hubiera escrito diez años antes o diez años después, nadie se habría acordado. Por lo tanto, hay ciertos momentos en que cierto libro va a responder a ciertos interrogantes.

¿Cuáles son en este caso? 
—No estoy en condiciones de decirlo. Y el misterio es doble en el sentido de que hay dos dimensiones. Una es que el libro se ha promocionado boca a boca. Y la otra es que este fenómeno se ha dado en Italia, Australia, México, en la India, en todos los países. Este fenómeno no puedo explicarlo, sino que miro a través de los ojos de los traductores. Un crítico italiano amigo mío ha dicho que los libros de sus traductores están mejor escritos que los suyos.

Eco trabaja compulsiva y metódicamente, aun a los 80 años. Para las novelas suele tomarse un tiempo. Ocho años para El péndulo de Foucault; seis años para las otras. 

¿Obsesión? 
—Sí, porque quiero hacer el trabajo bien. Podría hacer una silla por día. Pero prefiero hacer sólo una por semana. Porque la parte más bella para mí es el período que paso escribiendo un libro. Y por qué debo apurarme cuando es el periodo más bello. Cuando busco la documentación, cuando veo una cosa y me detengo. Todo eso es la parte más bella. Cuando el libro está terminado ya no me importa nada. Pero los…que hacen un libro al año no tienen este placer.


¿Las nuevas tecnologías están cambiando constantemente. El libro como objeto permanece?
—Sí, no soy un pesimista. Quiero decir, la invención del automóvil no ha eliminado la bicicleta. La de la fotografía no ha eliminado la pintura. Lo máximo que ha eliminado es el retrato. No hay más pintores que hacen retratos. Picasso vino después de la invención de la fotografía. Las dos cosas pueden coexistir. Tendremos en el futuro una mayor cantidad de información a través de los medios electrónicos. Es posible que, para los apasionados, las bibliotecas personales se reduzcan. Tanto mejor. Cuesta menos.

¿Es usted un escritor postmoderno?
—No sé exactamente qué quiere decir posmoderno, pero hay ciertos aspectos del posmoderno, la metaficción, la ficción sobre la ficción. En mis novelas siempre hay dos o tres capas, incluyendo la voz del narrador que habla de aquello que está narrando. La ironía. No la ironía de primer nivel, sino la ironía intertextual. Citar otras obras. Todos estos aspectos vagos pueden hacerme entrar no en el neorrealismo de la posguerra, sino en el posmoderno. Tampoco soy novelista histórico.

¿Para quién hay que escribir? ¿Se debe escribir para uno mismo? 
—Los que dicen que escriben para sí mismos se equivocan. Se escribe para los demás. Se escribe como un acto de comunicación. Pero no se escribe para los lectores que existen, sino para los lectores que no existen aún, que se quieren formar, que se quieren construir. Pero hay lectores que leen diez páginas y se aburren. No nos casamos todos con la misma mujer. No estamos obligados a amar todos lo mismo. Se escribe para un lector ideal, y un libro es una máquina para construir un lector. Piense en cómo comienzan las fábulas: 'Había una vez'. Ya es un modo de construir el lector... Con el libro puede no estallar de entrada el amor (a la manera del amor a primera vista, un ‘coup de foudre’. Puede ser un enamoramiento lento.


He eliminado, con toda intención, una mención de Eco a que cree que NO es posible enseñar a escribir. Claro que se puede, como se enseña la música en los Conservatorios de todo el mundo, o como se enseña a pintar o a esculpir en las escuelas de arte y las Universidades. Quizás él no haya necesitado una escuela de escritura, aunque lo farragoso de algunos de sus textos indica que es algo que le quedó haciendo falta, verdad? En todo caso, lo queremos y lo admiramos. Su aporte a la semiología y el camino que abrió con otros para el análisis de la recepción de las obras literarias son extraordinarios. Sus reflexiones sobre múltiples temas no lo son menos. Y su "El nombre de la rosa" ya es parte notable de la literatura del siglo XX. Pero está claro, querido Eco: Los cerca de 150 programas de Maestría en Escritura Creativa que existen hoy en el mundo, dicen a gritos que a escribir se aprende. Todavía hay espacio para el genio, o la improvisación, pero esa no es la tendencia hacia el futuro.