
sábado, 8 de octubre de 2011
UN NOBEL PARA LA POESIA: SEIS POEMAS DE TOMAS TRANSTROMER

viernes, 7 de octubre de 2011

STEVE JOBS no solo dio origen a Apple. Nos mostró lo que puede ser un estilo de vida, y una combinación creativa sin igual. Hombre de su tiempo, a la avanzada de la tecnología, amigo de lo simple y con una profunda concepción estética. Su legado nos inspira más que el de la gran mayoría de políticos ambiciosos del mundo, o que la prédica ahora vacía de falsos líderes espirituales.
Rebeldía, creación profunda y que al mismo tiempo parezca sencilla, estilo y gracia al lado de una insuperable calidad. Ojalá escribiéramos así.
Los místicos y poetas de siglos pasados hablaron mucho sobre la profunda simplicidad de la rosa. ¿Quién hubiera pensado que la alta tecnología pudiera hablar y atraer con la simplicidad de una manzana?
GRACIAS, STEVE JOBS. Te aplaudimos en tu partida porque has mostrado que la vida vale la pena ser vivida.
(Enviado desde un iMac, sobre ideas escritas en un iPad…)
Sea este el momento para agradecer a Constanza, pues gracias a su persistencia en mostrarme los atractivos de la manzana, puedo ahora disfrutar las maravillas del mundo Mac.
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Y a propósito del trabajo de Steve Jobs, el periódico colombiano El Tiempo, publicó ayer un muy interesante editorial, que transcribo en lo fundamental, con solo algunas correcciones de estilo:
El bagaje humanista de Jobs y la formación contracultural de su juventud cimentó su aporte.
Un día después de que la firma Apple presentara al mundo la última versión de su iPhone, Steve Jobs, el carismático cofundador de la segunda compañía más valiosa del mundo, fallecía a los 56 años tras librar una batalla contra el cáncer. La muerte del creador de la famosa gama de productos tecnológicos ha generado obituarios y artículos con el tratamiento reservado a los grandes líderes.
En un mundo conectado hasta en los rincones más lejanos, la influencia del ex presidente ejecutivo de Apple fue mayor que la de gran parte de los dirigentes políticos juntos. Y aun que la de muchos empresarios de sectores diversos de la tecnología. La comunidad de usuarios que Jobs creó y que lo seguía con fervor místico está diseminada por todo el planeta.
La vida de Steven Paul Jobs está íntimamente ligada al surgimiento y la consolidación de la era de la computación. Hijo adoptivo de un trabajador del valle del Silicón, en California, el 'genio de la manzana' consiguió su primer trabajo en Hewlett-Packard cuando tenía 12 años. Nadie sospechaba en ese entonces -fin de los años 60 y principios de los 70- el efecto que tendrían las clases de electrónica que recibió en los colegios donde estudió. Mientras Bill Gates y Paul Allen, fundadores de Microsoft, aprendían circuitos en la secundaria Lakeside, de Seattle, los adolescentes Jobs y Steve Wozniak hacían los primeros computadores Apple en la escuela Homestead, de Cupertino.
Jobs, budista y autodenominado 'hippie', nunca negó el impacto de la contracultura californiana en el desarrollo de su revolucionaria compañía. Por algo fue calificado como el "John Lennon de la tecnología".
De hecho, su primer negocio fue la venta de un aparato que engañaba a la empresa de teléfonos para hacer llamadas gratis. Siempre hubo en los productos Apple una intención de atacar lo establecido, personificado en los 80 por IBM, los 90 por Microsoft y en la primera década de este siglo por los celulares y buscadores de Internet, a pesar de representar ellos mismos parte de tal establecimiento corporativo.
Pero si en algo se diferencia Jobs de Lennon, es en que Apple no promulgaba la paz con los competidores. Al contrario, los computadores Apple II y McIntosh, los dispositivos iPod, la tienda iTunes, los teléfonos iPhone y las tabletas iPad llegaron a transformar sus respectivos mercados originales.
Parte del encanto de estos productos está en su carácter innovador como en su diseño. Si bien Jobs no fue el único ni el primero en reconocer que el futuro estaba en la computación personal, le imprimió a la era de la informática su mayor dosis de estética. A diferencia de otros pioneros, su fuerte no estaba en la programación ni en la ingeniería: "la tecnología no es suficiente. Es tecnología casada con las humanidades y las artes la que produce resultados", dijo alguna vez.
Ese bagaje humanista y la formación contracultural de su juventud cimentaron su aporte: productos estéticamente únicos con amabilidad en su uso. En otras palabras, más que personalizar los computadores, Apple fue de las primeras en crear un "estilo de vida" digital.
Si bien pocos imaginaron que un (pequeño grupo de conocedores) generaría semejante transformación en la sociedad, su ejemplo de insurgencia creativa debería inspirar a muchos.
jueves, 6 de octubre de 2011

LAS GANAS DE CONTAR
lunes, 18 de julio de 2011

CREACION LITERARIA E IDENTIDAD : QUÉ SOMOS EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE?
UNA BELLA REFLEXION DE WILLIAM OSPINA
El escritor y ensayista colombiano William Ospina, sin duda uno de los mejores escritores “neobarrocos” de la América Latina contemporánea, nos ha deleitado hoy, domingo 17 de julio, con una profunda y bella reflexión sobre lo propio y lo ajeno en el acontecer de este continente. Ya antes; José Martí, el inolvidable mexicano Leopoldo Zea, y Germán Arciniegas, habían reflexionado sobre esa naturaleza de lo latinoamericano. Los yuppies, la idea de que el mundo comienza y termina en Miami, y la literatura urbana, nos habían hecho olvidar esa inquietud. Por eso, es necesario agradecer a William Ospina al hacernos recordar que se trata de una preocupación legítima por la naturaleza de la identidad, sin la cual nada seríamos en el mundo de hoy y mucho menos en el de mañana. Veamos su bello artículo, aparecido en el diario “El Espectador”:
¿Dónde caerá la rosa?
Por: William Ospina
EN OTRO TIEMPO AQUÍ SE HABLABA de ideas foráneas: no había que pensar ciertas cosas porque eran ideas foráneas.
Lo decían los poderosos, hablando sobre todo del marxismo, o tal vez incluso del liberalismo. Todo lo que no les convenía les resultaba foráneo. Parecían insinuar que sólo eran válidas las ideas nacidas aquí, y la propuesta era interesante, pero quienes la predicaban nunca la habían practicado: el nuestro es un extraño mundo donde muchísimas cosas llegaron de afuera.
La raza blanca llegó de Europa, la raza negra llegó de África, pero la raza indígena también vino de lejos, de Asia. Eso que ahora llaman globalización comenzó hace ya tiempo: los descubrimientos de América, el de hace 30 mil años y el de hace 500, eran ya globalización; la llegada de Cristo a estas tierras era globalización. Un Dios nacido en Belén, en Judea, a orillas del mar Mediterráneo, que se había convertido en el Dios del Imperio Romano, que llegó a ser el Dios de todos los países de Europa, y que fue traído por guerreros y por misioneros, se convirtió en el Dios de los colombianos.
Pero también la lengua que hablamos llegó de muy lejos. Hija del latín y del griego, teñida de árabe, aquí se enriqueció con palabras de las lenguas indígenas. Conviene recordar que nuestra lengua está llena de cosas ilustres que aquí nunca existieron: ruiseñores, cisnes, viñedos, castillos, reyes, lobos, góndolas, jabalíes, duques, condes, príncipes, selvas de abetos, arces, primaveras y otoños, nevadas, pagodas, pirámides, liebres, dromedarios.
Todas esas cosas hasta hace poco encantaban en los poemas, porque lo lejano, lo improbable y lo imposible tienen su encanto, pero también porque fueron cantadas por nuestros antepasados, lejos de aquí, durante siglos, y se cargaron de prestigio poético. ¿Cómo encontrar algo más poético que un ruiseñor, un castillo, una góndola, un otoño, una liebre, un dromedario? Hubo poetas nuestros, como Guillermo Valencia, que sólo les cantaban a los animales si cumplían con el requisito de ser de muy lejos: De cigüeñas la pálida bandada, decía, Ágil tigre que salta de tupida maleza, decía, Dos lánguidos camellos de elásticas cervices, decía.
Y en cambio hay muchas cosas en esta realidad para las que la lengua que llegó no tenía nombres. Guanábanas, iguanas, canoas, jaguares, quetzales, poporos, toches, bohíos, chamanes, piñas, lulos, yarumos, guayacanes, chibchas, uwas, tayronas, nutibaras, paeces, panches, zenúes, anacondas, tapires, manatíes, y malocas y el río Sugamuxi y el río Yuma.
La lengua española llegó convencida de que venía sólo a enseñar, pero harto tuvo que aprender para ser digna de convertirse en una lengua americana. Tuvo que aprender a nombrar la pampa y la puna, el país de los guaraníes y el reino de los incas, recibir el maíz y las papas, el tomate y el chocolate, la yuca y su cazabe, las dantas y los chigüiros.
Porque las cosas llegan de afuera, pero tienen que aprender a volverse propias, beber la savia del mundo al que han llegado. Y así pasó con la lengua, con la religión, con la música, con las artes. Cuanto más cultivada y aristocrática era la gente, más trabajo le costaba aceptar esas mezclas; había gente que quería ser española a toda costa. El mundo americano le parecía de mal gusto; la gente demasiado india, demasiado negra; la naturaleza muy poco ilustre, los ríos demasiado barrosos. Le rogaban a Dios que todo se blanqueara, que todo se llenara de trigales y de viñedos y de pinares, que los ríos se volvieran transparentes.
Imagino que hasta soñaban que un día nevara sobre estas montañas, cuando ya estuvieran llenas de castillos y príncipes. A eso se lo llama colonización en cualquier parte, el espíritu colonizado, la incapacidad de sentir orgullo de lo que se es, la vergüenza de pertenecer a un territorio que les parece de segunda categoría, el deseo secreto de pertenecer a un mundo más ilustre; el temor de que se nos vea el cobre americano.
Pero harto sabemos que el mundo sólo respeta a los que se respetan, sólo admira a los que se identifican con el mundo al que pertenecen. Por eso son grandes los chinos, los japoneses, los árabes, los egipcios, los mexicanos y los brasileños. Se nota que no quieren ser otra cosa, que no quieren ser de otra parte; que sienten orgullo de su propio mundo. Diego Rivera, cuando se proponía pintar a la humanidad, pintaba indios mexicanos y no apolos griegos, y una leyenda judía afirma que si desde el cielo alguien dejara caer una rosa, esa rosa caería en el centro del templo de Jerusalén
.sábado, 30 de abril de 2011

Mucho se ha hablado del pesimismo de Sábato, de su saciedad con la vida y el mundo, de sus depresiones, de su dignidad personal para poner en evidencia los crímenes de las dictaduras, de sus angustias personales, de su placer en poner el dedo en la llaga a la manera de Dostoiewski. No era la suya una literatura pesimista. No es mi escritor favorito ciertamente. Pero toda figura tiene varios lados: Se hablado menos de su rebelión frente a un mundo que a lo mejor no pudo o no quiso entender, y de su rescate de la dignidad humana. Para muestra, quiero transcribir unos bellos textos de su último libro, a medio camino entre la literatura creativa y el ensayo. Dice así Sábato, el Sábato que se queda con nosotros:
Hay que reconocerlas, pero también luchar incansablemente por el bien. Las grandes religiones no solo preconizan el bien, sino que ordenan hacerlo, lo que prueba la constante presencia del mal. La vida es un equilibrio tremendo entre el ángel y la bestia. No podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos (…) el ser humano no podría sobrevivir sin héroes, santos y mártires porque el amor, como el verdadero acto creador, es siempre la victoria sobre el mal” (“Resistencias”, Seix Barral, 2003, pags 90-91).
Y finalmente:
lunes, 4 de abril de 2011

SOCIEDAD Y ESCRITURA CREATIVA: LA VIEJA POLEMICA SOBRE EL COMPROMISO
No muchos conocen a Barth en nuestros días. Sin embargo, cómo no recordar sus dos manifiestos? El primero, de 1967, “La literatura del agotamiento” que pone de manifiesto la serie de textos cerrados sobre si mismos, de búsqueda de los grandes inquietudes existenciales de todos los tiempos, característica de Borges. El segundo, de 1980, “La literatura de la plenitud”, que él considera expresada en primer lugar por esa saga circular de lenguaje abierto, y escrita para todo el mundo: “Cien años de soledad”. Humberto Eco, en sus “apostillas”, nos recuerda que Jorge de Burgos, el gran bibliotecario de El nombre de la rosa, es nada menos que su imagen de Borges, el bibliotecario de Babel. Como en Borges o en García Márquez, la frase admirable de Barth condensa los contrarios y su sinsentido.