jueves, 9 de diciembre de 2021
PHILIP K. DICK - EL HOMBRE EN EL CASTILLO: Algunos trucos de la Ucronía
jueves, 25 de marzo de 2021
PERDER TEORÍAS, de ENRIQUE VILA-MATAS: Una novela corta sobre la creación literaria.
El autor toma como pretexto un viaje a Lyon para dar una charla sobre las relaciones entre ficción y realidad. Llega a esta ciudad, pero nadie lo espera en la estación del tren ni el en Hotel; sube su habitación, y mientras tanto relee un artículo suyo sobre la extraordinaria novela “El mar de las sirtes”, de Julien Gracq. En un momento dado decide no permanecer más allí, y sale apresurado para regresar a Barcelona, mientras observa a lo lejos al que parece ser uno de los organizadores del evento, que va entrando en su búsqueda. Una charla que no sucedió, un encuentro trunco, pero un hallazgo personal inesperado al rememorar a Gracq.
La novela corta o cuento largo de Vila-Matas, es la expresión narrativa. Como lo que importa aquí no es la realidad sino la ficción, no tiene la menor importancia saber si el hecho que menciona fue real o imaginario. Lo que interesa es el contenido del libro. Y este, que había comenzado como una reflexión sobre la espera, se convierte en un trabajo sobre la creación literaria.
Entra en escena un flashback: Eran los años setentas y el narrador, supuestamente en el Paris de los intelectuales y los teóricos, efectúa una reflexión desoladora: “la teoría triunfaba en todos los medios intelectuales de la ciudad. Había empezado incluso a considerarse una grosería pasar de la teoría a la práctica y escribir, por ejemplo, un cuento o una novela”
Pero el narrador (que habla en primera persona) parece estar reflexionando sobre la soberanía del escritor, con independencia de lo que piensen sus contemporáneos. Y recuerda una frase clave de Gracq: “El escritor no tiene nada que esperar de los demás. Créame, ¡sólo escribe para él!”. Hoy sabemos que eso no es completamente cierto; pero sirva para reafirmar la autonomía relativa de la vocación literaria.
Aborda luego, sin decirlo expresamente, el tema de la relación entre el escritor y sus lecturas. Y lo hace con un ejemplo que relaciona la escritura con los viajes. Afirma que el escritor es como un buen viajero que viaja, pura y simplemente, “perdiendo países” y sin identificarse con ninguno. Un buen escritor simplemente escribe; debe “perder libros, perderlos todos”. Así como el viajero se alimenta de los países pero es más que ellos, el escritor se alimenta en buena medida de los libros, pero debe ser más que ellos y que cada uno.
El asunto de que “escribir es corregir”, es abordado de una manera ingeniosa: Recordemos que el narrador, en su habitación de hotel, se recrea releyendo un artículo suyo sobre Gracq. Hay el autor, Vila-Matas; el narrador (él mismo al parecer) pues escribe sobre algo que dice haberle sucedido; y hay un Vila-Matas autor de un artículo narrado por el autor. Un juego astuto sobre “el doble”, en el mejor estilo borgeano.
Los apuntes que hace al lado de su relectura de sí mismo constituyen no una versión o simplemente anotaciones al margen; es otro texto. Quizás el autor está hablando del trabajo de corrección de los textos literarios. En efecto, la versión 2 o la 4 o la 7 de un cuento o un fragmento de novela, no son solamente correcciones a un texto ideal. Son otro acto creativo, o así es para los escritores de calidad. Lo que nos está describiendo es muy dicente: no se trata solo de corrección de estilo o de orto-tipografía. La actividad creadora se agota solo en la última versión de un escrito.
Hoy sabemos que el asunto va más allá. la verdad es que el significado no se agota allí, y ni siquiera en la labor de edición; el lector añade de su cosecha para darle “sentido” a lo escrito. Si el autor debe pensar ante todo en sus propias exigencias, no es menos cierto que los lectores dirán si se ha cumplido con la expectativa.
Encontramos luego una referencia a la naturaleza de la novela. Dice haber encontrado varios rasgos esenciales, irrenunciables de la novela del futuro, o por lo menos, de una futura novela que él quiere escribir. Los más notables son:
1-La “intertextualidad”: muy propia como sabemos de la novela postmoderna. Escritores que tienen un diálogo con la historia de la literatura, y en ocasiones consigo mismos. A veces de manera narrativa y en otras ocasiones, a la manera ensayística.
2-Las conexiones con la alta poesía: el ritmo, la sensación casi melódica, la sonoridad, las imágenes poéticas, las atinadas figuras literarias. Otra manera de romper con la clásica y estereotipada división entre los géneros literarios.
3-La victoria del estilo sobre la trama: Derivaría de la anterior, pero lo que el autor se trae entre manos es una discusión con parte de la literatura del siglo XX. No de otra manera se explica su afirmación de que:
“No puedo en este momento dejar de recordar aquella pregunta que una vez le hizo Rodrigo Fresán a John Banville.
—Amigo Banville, ¿el estilo es rey y la trama soldado raso?¿O viceversa?”
—El estilo avanza dando triunfales zancadas, la trama camina detrás arrastrando los pies— contestó Banville” (pags 43-44)
Lo anterior es una manera de tomar distancia de la versión anglosajona del siglo XX, acerca de que las novelas debían privilegiar la trama, la narración de una historia. Pero Vila-Matas nos recuerda que, en el fondo, las tramas en realidad no son muchas. Sirva como base para ejercicios, la siguiente enumeración para la cual cita a su alter ego Liz Themerson (quizás un homenaje a Stephan y Franciska Themerson, quienes hicieron pareja el cine, la literatura, la poesía y la pintura; o quizás una visión de sí mismo por encima de los géneros narrativos, como hijo de quien enuncia grandes temas literarios: un Themer-son), para quien todo se reduce a pocas opciones, entre las cuales sobresalen las siguientes:
“Alguien se mete en un lío y luego se sale de él.
Alguien pierde algo y lo recupera.
Alguien es víctima de una injusticia y se venga.
El caso conmovedor de la Cenicienta.
Alguien empieza a ir cuesta abajo y así continúa.
Dos se enamoran. Y mucha otra gente se entromete.
Una persona virtuosa es acusada falsamente de haber pecado o de haber cometido un crimen.
Una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa.
Alguien inicia una investigación para conocer la verdad de un asunto”.
No lo dice, pero está insistiendo en la importancia crucial del estilo. La calidad poética, otros libros y las correcciones múltiples y cuidadosas están en la base. Y es allí donde radicaría buena parte de la calidad literaria.
Ahora bien, con prescindencia de la temática, la novela tiene un héroe, nos dice Vila-Matas. Hoy tendríamos que ser mas amplios: puede ser un antihéroe, o una o vari@s. Entra en escena, aunque solo enunciado el tratamiento de los personajes, y el trabajo literario sobre los mismos. No continúa por ese camino, pero claramente lo ubica como algo que no es subsidiario al argumento.
Por su parte, el diseño, y el plan de la novela son importantes. Permiten ordenar el pensamiento, por lo menos como una fase preliminar. Pero, frente a quienes piensan que el secreto para escribir una buena novela está en tener una escaleta detallada ad nauseam, Vila-Matas nos dice:
“…uno escribe desde la incertidumbre y eso es lo que le permite avanzar, lo que le divierte y al mismo tiempo le intriga. De lo contrario, de tenerlo todo claro desde el principio, probablemente ni siquiera haría falta escribir el libro” (pag 62)… Y se reafirma diciendo:_ “uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello, sino que es el proceso de escribir propiamente dicho el que permite al autor descubrir lo que quiere decir”
Al final, a manera de síntesis. Ya había dicho que un buen viajero recorre y pierde países; y que un buen escritor escribe y pierde teorías y libros que le han sido necesarios. Tiene que ir más allá de sus modelos y de los estilos que admira. Pero si viajar y escribir son semejantes, a pesar de que parezcan ser la antítesis en su visión del espacio recorrido o no, una expresión híbrida explica la gran aventura: “Escribir y perder países; viajar y perder teorías, perderlas todas”.
En resumen, un pequeño-gran libro sobre la escritura como expresión creadora.
martes, 2 de junio de 2020
CÓMO ESCRIBE MURAKAMI
Recordemos que la música y los gatos están presentes en las obras del más occidental de los escritores asiáticos, uno de los autores más leídos en los últimos diez años en el mundo. He acudido de nuevo en esa búsqueda, a De que hablo cuando hablo de escribir, libro que tiene ya 5 años (en español 3), pero que releo e vez en cuando.
Siempre cabe la pregunta sobre si a escribir se aprende; cada vez tengo más claro que la respuesta es afirmativa, así como se aprende a pintar, o a esculpir la piedra o la madera, o el vaciado en bronce, o a nadar o a conducir un auto. Pero es cierto que, en el caso de las artes —la escritura creativa incluída—, “por encima de todo se necesita cierta predisposición. Hay quienes nacen con ella, y otros la adquieren a base de esfuerzo” (“De qué hablo…”Págs. 19 y 20). Pero aún si se tiene esa predisposición, y una cierta estética, no basta. Es necesario según el autor, un trabajo lento y que puede incluso llegar a ser fastidioso (pág. 23). La persistencia y la disciplina son consideradas por él como uno de los ejes de su trabajo: “los escritores somos como ese tipo de pez que muere ahogado si no nada sin descanso” (pág. 30). Bello ejemplo que podríamos entender más claramente si montamos en una bicicleta normal (nó una estática) nos damos cuenta de que, el requisito para conservar el equilibrio es ponerse en movimiento o permanecer en él. Si la bicicleta se detiene, el ciclista se cae, salvo que descienda. Si el escritor se detiene, todo está perdido.
Uno podría creer que Murakami corrige completamente en la pantalla de su computador. La buena colección de lápices casi idénticos (grafito tradicional en madera hexagonal, despuntados todos al detalle), hacen pensar que prefiere corregir una buena parte de su trabajo, utilizando lápiz y papel. Sorprende pues, que la impresora sea casi de bolsillo. Lo interesante es que no aparece o no se interesa en mostrar que exista la parafernalia de mecanismos tan usuales en otros escritores: tablas y corchos llenos de afiches, mapas, cuadros de personajes y diálogos, mapas mentales para la escritura de cuentos o novelas, ojalá con líneas de varios colores; libros de consulta, diccionarios, atlas y demás; carpetas y papeles por todas partes. Caben dos posibilidades: o bien se encuentran en un anexo cercano; o bien todo va yendo a parar a su computador, incluyendo la sistematización de la información. No lo dice, pero es altamente probable que utilice Scrive, o su equivalente en japonés; sabemos que es el mejor sistema inventado hasta ahora para facilitar la escritura literaria.
Si hacemos el promedio, debe dar unas 75 páginas al mes, como mínimo. Él se ocupa más de las novelas largas, pero si pensamos en las cortas, que suelen tener entre 100 y 150 páginas, podría pensarse que la primera versión de una novela corta de su autoría debería estar lista en dos meses como máximo. Claro, esto después de haber pensado un poco antes de comenzarla, y de haberse documentado, quizás mientras se escriben otras cosas. Recuérdese que, por ejemplo, la célebre escuela de escritura creativa de N. York establece un promedio de 1000 a 1100 palabras por día, durante por lo menos 6 días a la semana. Ya hay un argumento, y unas líneas generales. Pero la literatura comienza en verdad solo después de la siguiente versión del escrito.
Luego de otra semana, viene la versión tres (“segunda reescritura) dedicada a corregir de preferencia la descripción, los paisajes y los diálogos. Pese a que no lo dice, seguramente también le sirve para introducir figuras literarias que son una constante cada 3 o 4 páginas en sus escritos. La idea es que en esta versión exista una gran coherencia, un sentido estético y “que el relato fluya con naturalidad”.
jueves, 24 de octubre de 2019
QUINO Y LA CREACIÓN LITERARIA
Bueno, ¡ahora a escribir!
sábado, 9 de junio de 2018
JUAN JOSE MILLAS : ALGUNOS TRUCOS DE LA CREACION LITERARIA
En otra entrega reciente de “Babelia”, El Pais nos trae un cuento-reflexión (El hijo del joyero) de Juan José Millas, sobre el aprendizaje de la escritura creativa. Veamos algunos apartes útiles para ilustrar parte del proceso de acuerdo con el autor español:
No quería poner en aprietos al chico, que me caía bien; era un buen tipo. Había acudido al taller para aprender a escribir como se habla porque pretendía hacer diálogos para el cine y la televisión.
Pedro ….. me pidió que desmontara la frase con la que había comenzado todo: “Era uno de esos hermosos días de finales de abril, si a uno le importan esas cosas”. Se trataba de un ejercicio, el de desmontar frases, que hacíamos a veces, y que les gustaba.
Les solicité que pensaran en avenidas y en callejones. Dije que a veces uno camina por la avenida principal de una ciudad cuando le sale al paso un callejón más atractivo, en el que se introduce con la intuición de que romperá así la monotonía grandiosa, aunque previsible, de la avenida.
La que nos habíamos propuesto desmontar era una oración compuesta por una principal (era uno de esos hermosos días de finales de abril) y una subordinada (si a uno le importan esas cosas). La principal, les expliqué, era principal porque podría sobrevivir sin la subordinada, y la subordinada era subordinada porque carecía de sentido por sí sola.
Ahora bien, añadí, la principal, pese a su capacidad de supervivencia, parecía idiota. “Era uno de esos hermosos días de finales de abril” se le ocurre a cualquiera. De hecho la inteligencia de la frase residía en la subordinada (“si a uno le importan esas cosas”). De súbito, y gracias a su subordinada, la frase principal, que por sí misma no valía un céntimo, adquiere una fuerza asombrosa.
Bueno, estaba intentando explicarles (y explicar a Pedro en particular) lo que diferencia a la escritura creativa de la prosa común, del habla. Una frase pretenciosa, manoseada, mala (era uno de esos hermosos días de finales de abril) se convierte en buena si haces salir de ella, a modo de apéndice, un callejón inesperado (si a uno le importan esas cosas).
El lenguaje literario era en cierto modo un intruso que intentaba pasar inadvertido entre el lenguaje común. Parte de su interés, si no todo, residía en esa capacidad no ya de ser tolerado por el sistema siendo tan diferente a él, sino de confundirse con él hasta el punto de que mucha gente, como Pedro, suponía que aprender a escribir diálogos consistía en aprender a escribir como se habla. Confundía la literatura con la vida. Quería llevar su vida (su habla) a la escritura, quizá quería convertir su vida en una película.
En otra ocasión leí en el taller un verso de Anne Sexton que dice así: “Cuando fuiste mía llevabas un audífono”. Se rieron todos, menos Pedro.
—¿Por qué os reís? —pregunté.
(Pero)… ¿Quién quiere un poema de amor que diga que cuando fuiste mía llevabas un audífono? Cuando fuiste mía, no sé, la tormenta arreciaba, o se escuchó el canto de una alondra”.
martes, 5 de junio de 2018
DIEZ LIBROS QUE TODO EL MUNDO DICE QUE HA LEÍDO (PERO POCOS HAN ACABADO): Una nota en Babelia.
Qué hay en común entre el Quijote de Cervantes, y el Ulyses de Joyce?
Algunos siguen siendo un referente literario indudable en buena parte del mundo. Otros, han conservado menos lectores, y se leen hoy día menos que en décadas pasadas. Pero es indudable que han marcado a muchos lectores, y que continuarán haciéndolo durante un bien tiempo. Veamos lo que dice “Babelia” sobre el asunto: