sábado, 30 de abril de 2011

EL SABATO QUE SE FUE Y EL QUE SE QUEDA


Se nos ha querido ir el buen Ernesto Sábato, a sus casi 100 años, en la misma semana en que se fue Sai Baba, el que dijo que viviría 96 y no le alcanzó ni el tiempo ni la profecía. Algunos críticos asumieron hace varios años, que Sábato había terminado con “Abadón el Exterminador”. La verdad es muy otra. Era en el fondo un hombre cambiante, y la vida le dió oportunidad para cambiar radicalmente su destino. Podría decirse que fueron cinco vidas en una: Militante político en la primera, físico en la segunda, escritor en la tercera, testigo y actor de su tiempo argentino en la cuarta, y pintor en la última. Cuando se vive 99 años como él, se pueden vivir varias vidas en una.

Mucho se ha hablado del pesimismo de Sábato, de su saciedad con la vida y el mundo, de sus depresiones, de su dignidad personal para poner en evidencia los crímenes de las dictaduras, de sus angustias personales, de su placer en poner el dedo en la llaga a la manera de Dostoiewski. No era la suya una literatura pesimista. No es mi escritor favorito ciertamente. Pero toda figura tiene varios lados: Se hablado menos de su rebelión frente a un mundo que a lo mejor no pudo o no quiso entender, y de su rescate de la dignidad humana. Para muestra, quiero transcribir unos bellos textos de su último libro, a medio camino entre la literatura creativa y el ensayo. Dice así Sábato, el Sábato que se queda con nosotros:

“Los tiempos modernos fueron siglos señalados por el menosprecio a los esenciales atributos y valores del inconsciente. Los filósofos de la Ilustración sacaron la Inconsciencia a patadas por la puerta. Y se les metió de vuelta por la ventana. Desde los griegos, por lo menos, se sabe que las diosas de la noche no se pueden menospreciar, y mucho menos excluirlas, porque entonces reaccionan vengándose en fatídicas formas.

Los seres humanos oscilan entre la santidad y el pecado, entre la carne y el espíritu, entre el bien y el mal. Y lo grave, lo estúpido es que desde Sócrates, se ha querido proscribir su lado oscuro. Estas potencias son invencibles. Y cuando se las ha querido destruir se han agazapado y finalmente se han rebelado con mayor violencia y perversidad.

Hay que reconocerlas, pero también luchar incansablemente por el bien. Las grandes religiones no solo preconizan el bien, sino que ordenan hacerlo, lo que prueba la constante presencia del mal. La vida es un equilibrio tremendo entre el ángel y la bestia. No podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo. Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos (…) el ser humano no podría sobrevivir sin héroes, santos y mártires porque el amor, como el verdadero acto creador, es siempre la victoria sobre el mal” (“Resistencias”, Seix Barral, 2003, pags 90-91).

Y finalmente:

“El ser humano sabe hacer de los obstáculos, nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer: En esta tarea lo primordial es negarse. Defender (…) la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria” (pag 158)

lunes, 4 de abril de 2011


SOCIEDAD Y ESCRITURA CREATIVA: LA VIEJA POLEMICA SOBRE EL COMPROMISO

Algunos colegas escritores en el mundo (y América Latina no es la excepción) parecen tomar posiciones, en sus escritos literarios y en los de opinión, bien sea por el realismo o por otras expresiones, bien por la necesidad de expresar la belleza formal en el arte de escribir, o bien por escribir con contenidos profundos. Otros afirman que la literatura debe dar cuenta de la realidad que rodea al escritor, y otros más, que su única realidad legítima es la literaria. Algunos escriben con una visión popular, y otros parecen hacerlo para las élites, incluso las intelectuales. Estas polémicas extra-literarias, hacen relación a las viejas discusiones sobre el sentido del compromiso: si lo es con un sector social o con una escala de valores, o con un grupo humano, o con la literatura misma, o si el escrito debe expresar una posición política; si el escritor expresa o debe expresar la realidad, o si crea su vez realidades que le son propias o expresa realidades que no necesariamente son las de su tiempo. En cualquier caso, la polémica es real, pero puede también ser estéril, si no entendemos que, de lo que se trata siempre, es de hacer literatura y de la buena. Lo demás, será solo un panfleto o una columna de opinión. Al respecto, acabo de encontrar una maravillosa frase que Humberto Eco atribuye a Barth. La transcribo porque a pesar de que al parecer data de 1967, tiene hoy día más vigencia que nunca:

“Mi escritor postmoderno ideal no imita ni repudia a sus padres del siglo XX ni a sus abuelos del XIX. Ha digerido el modernismo, pero no lo lleva sobre los hombros como un peso (…). La novela postmoderna ideal, debería superar las diatribas entre realismo e irrealismo, formalismo y escritura de contenido, literatura pura y literatura comprometida, narrativa de élite y narrativa de masas…La analogía que prefiero es mas bien la que podría hacerse entre (la actitud post moderna) y el buen jazz o la música clásica; cuando volvemos a escuchar y a analizar la partitura, descubrimos muchas cosas que la primera vez no habíamos percibido, pero la primera vez tiene que ser capaz de atraparnos como para que deseemos volver a escucharla, tanto si somos especialistas como si no lo somos”
(John Barth, citado por Humberto Eco en “Apostillas a El nombre de la rosa”).

No muchos conocen a Barth en nuestros días. Sin embargo, cómo no recordar sus dos manifiestos? El primero, de 1967, “La literatura del agotamiento” que pone de manifiesto la serie de textos cerrados sobre si mismos, de búsqueda de los grandes inquietudes existenciales de todos los tiempos, característica de Borges. El segundo, de 1980, “La literatura de la plenitud”, que él considera expresada en primer lugar por esa saga circular de lenguaje abierto, y escrita para todo el mundo: “Cien años de soledad”. Humberto Eco, en sus “apostillas”, nos recuerda que Jorge de Burgos, el gran bibliotecario de El nombre de la rosa, es nada menos que su imagen de Borges, el bibliotecario de Babel. Como en Borges o en García Márquez, la frase admirable de Barth condensa los contrarios y su sinsentido.